La intensa relación entre la materia constructiva y su
consecuente sistema constructivo, en cualquier levantamiento, determina
incuestionablemente la naturaleza de los varios espacios que se puedan llegar a
formar. La llegada de nuevos materiales a la era moderna, tales como el acero,
el vidrio o el hormigón, han posibilitado la conciencia y evolución de
distintos sistemas constructivos que determinarían nuevas distribuciones, como
la planta libre. Cualquier distribución condiciona la funcionalidad y habitabilidad
del espacio, todos lo sabemos, lo que no todos somos conscientes de cual es la
raíz que posibilita una ruptura con nuestra concepción de planta y de su
distribución. Esa raíz es sin lugar a dudas la materia. Tanto Ludwig Mies Van
der Rohe como Adolf Loos, Le Corbusier o Alvar Aalto, lo sabían.
La llegada de la Era Moderna y de arquitectos e ingenieros
que supieran aprovechar los nuevos materiales que ésta traía, ha supuesto un
cambio no sólo en como construimos sino también en como experimentamos nuestros
espacios. Nuestra percepción de espacios ya no siempre quedan marcados por
muros ni tabiques, una planta diáfana avista una aparente libertad especial
para el que la circula, sin que llegue a saber del todo que está condicionado
por una más que premeditada circulación: delimitadora de las distintas
funciones (espacios) que el inmueble alberga.
Al poder reconocer el todo entre sus partes o cada una de
las partes del total, una sucesión y agrupación de interespacios si se quiere, el habitante ya puede concebir una planta, tal y como un ingeniero
industrial conoce el accionamiento interno determinante para el funcionamiento
de una tostadora, por ejemplo. El habitante por fin se ha ganado su nombre, el
habitante ahora ya se ha realmente asentado como tal: el que habita uno entre
muchos espacios.